Hace un mes, en Los Ángeles, vi a dos mujeres peleándose en la fila de una gasolinera. Ambas parecían de unos 30 años y pesaban más o menos lo mismo: una estadounidense contra una latina. La estadounidense dijo que merecía ir primero, antes que todos esos latinos de mierda. A mí no me importa esperar dos horas en una fila porque en mi país, Cuba, estamos acostumbrados a madrugar para comprar comida y a volver a casa doce horas después; allí las tiendas suelen tener más demanda que oferta, y las filas que se forman pueden durar días. Sin embargo, la latina se sintió ofendida por lo que dijo la estadounidense, que intentaba pagar antes que nosotras. Le gritó en español, insultándola de todas las maneras posibles, y terminaron halándose los pelo. “ICE is coming for y’all!”, gritó la estadounidense, mientras intentaba arreglarse el pelo después de la pelea.

Así de loco se ha vuelto Estados Unidos.

En febrero, me uní a una protesta por los derechos de los inmigrantes en La Placita Olvera, un lugar popular de Los Ángeles que rinde homenaje a la herencia mexicana de esa ciudad. Los latinos bloquearon varias calles y marcharon con carteles de igualdad mientras sonaban rancheras desde sus carros. Algunos me dijeron que esperaban que se calmara el odio que atraviesa al país. Un chicano de veintitantos años con un cartel que decía “Chingue a su madre la migra”, me dijo que en realidad nada cambiaría. Le creí más a él. Se supone que el poder está en el pueblo y el pueblo votó por Donald Trump. Los inmigrantes aquí tienen poco y los inmigrantes indocumentados no tienen nada: ni poder ni derechos.

Los inmigrantes aquí tienen poco y los inmigrantes indocumentados no tienen nada: ni poder ni derechos.

MI AMIGA B está tan deprimida que le salió un chichón en la cabeza. Me preguntó si a mí también me pasa, pero no. Me salen granos por el estrés, pero chichones nunca. Ella cree que es su cerebro creciéndole por la preocupación. Desde que se despierta, dice que podría ser su último día en Los Ángeles. Se preocupa cada vez que usa el carro para ir a Walmart o al trabajo, cada vez que lleva a su hijo al parque. B es más inteligente que un smartphone y más noble que los delfines. Es una inmigrante que no tiene número de Seguridad Social ni forma de conseguirlo. Su hijo nació aquí, su vida está aquí, ella teme llevárselo de vuelta a su país porque sería difícil para él. Sus problemas se acumulan y su cerebro los revuelve como la ropa en una lavadora. Quizás su propio mecanismo mental provocó ese cortocircuito circular en su cráneo. Los médicos no saben qué lo causó.

V me despertó a las 5 de la mañana la semana pasada. Contesté el teléfono. Ella estaba llorando. Apenas podía entender lo que decía. Había llegado a Estados Unidos con parole humanitario, bajo un programa implementado por Joe Biden, y el Servicio de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos (USCIS, por sus siglas en inglés) acababa de enviarle una carta notificándole que sus beneficios estaban a punto de vencer. USCIS la invitó a deportarse voluntariamente. Si no se iba, podría ser perseguida por ICE y devuelta a Nicaragua. Ella está empezando a construir una nueva vida en Estados Unidos; tiene trabajo y dos hijos pequeños. Ahora, Donald Trump va a cancelar su permiso de trabajo y, si la despiden, se quedará en el aire. Si no se va a su país, tendrá que trabajar con documentos falsos y vivir escondida para siempre.

Manifestación por los derechos de los migrantes en Los Ángeles, febrero de 2025. Credit: Jesús Jank Curbelo

Como periodista, me paso el día leyendo noticias, escribiendo y entrevistando gente. Escucho historias sombrías y no puedo compartirlas; las mismas personas que me las cuentan no me lo permiten. Un canal de televisión alemán me encargó cinco entrevistas a personas indocumentadas. Querían que hablaran del miedo que sienten y que describieran cómo lo afrontan. Les dije a los productores del canal que era una tarea bastante compleja: si la gente tiene miedo de hablar con un periódico, bajo un seudónimo y sin que les tomen fotos, es muy poco probable que aparezcan en un canal de televisión. Los productores me recomendaron que filmara a las personas entrevistadas de espaldas a la cámara. Pasé dos semanas intentando conseguir entrevistas, casi sin éxito. “No voy a resolver ningún problema hablando contigo, todo lo contrario”, me dijo un mexicano. “Estoy en proceso de legalizar mi estatus. También me pueden reconocer de espaldas”, me dijo un colombiano. “Cuando este gobierno te quiere atrapar, te atrapa”.

Los inmigrantes están aterrorizados. Aunque estoy legalmente en este país, tengo ataques de pánico como los que tuve en Cuba, cuando la policía me arrestaba porque el periodismo independiente es ilegal allá. Anoche iba conduciendo por la autopista con una patrulla detrás. Mantuve el límite de velocidad exacto durante todo el viaje. El velocímetro de mi carro no pasó de 105 km/h; estaba menos tembloroso que yo. Tomé la salida y la patrulla siguió recto. Respiré tranquilo. He oído hablar de gente deportada por saltarse las señales de stop y de ciudadanos estadounidenses detenidos solo por parecer latinos.

Tengo miedo de que me paren, de que revoquen mi green card sin motivo y me envíen de vuelta a Cuba; de que deporten a mis amigos indocumentados; de usar los nombres reales de las personas que he mencionado aquí por si ICE las identifica y las busca.

El protagonista de la película cubana de zombis Juan de los Muertos dice que los cubanos somos sobrevivientes. Los inmigrantes en Estados Unidos también lo somos. Ahora mismo, a las 11 p.m., mientras escribo esto, siento que acabo de sobrevivir otro día entre tantos posibles depredadores. Mis amigos me dicen que se sienten así también. Sobreviven cada día, uno a uno, rezando para que ICE no los encuentre durante los próximos cuatro años, hasta que Trump deje la presidencia y Estados Unidos pueda volver a ser grande. Suponiendo, claro, que Trump no cambie la Constitución y sea reelegido para otro mandato. Todavía queda tiempo para eso, también queda tiempo a las 11 p.m. para que te derriben la puerta y te deporten. Al final, la mujer de la gasolinera tenía razón: ICE viene por nosotros.

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Jesús Jank Curbelo, an immigrant from Cuba and freelance journalist, is based in the Southwest. He’s been published in The Texas Observer, El País and Milenio. He also collaborates with Deutsche Welle as a cameraman. Follow him @jankcurbelo.